30 jul 2007

LOS ROBINSON implican

El sábado tuve la oportunidad de presenciar la penúltima función de la obra de la compañía Modelo para Armar “Los Robinson”. La obra a pesar de contar con una serie de auspiciadores no tuvo una publicidad que mantuviera un público ansioso de ver la gran obra del año, como le ocurrió un tiempo atrás a Fuenteovejuna que terminó causando una decepción. Quizás el afiche de Los Robinson en verde resultó sumamente indicado para que los tres personajes vistos de espalda desde la discreción sugieran posibles conflictos, que no por nada son los que se desarrollaran en escena. Antes de ubicarnos en nuestra butaca ya llevábamos en mente el sobre azul que es extremadamente icónico, muy bien ubicado en el centro de la parte baja del afiche –lo único azul-, el equilibrio. Desde ese momento no entramos limpios de cualquier predisposición a ver la obra, es más, mucho de los auspiciadores como SIDACCION nos sugieren ciertas temáticas.
Desde la fila E que me designaron con mi invitación de Metro quedé con la vista justo en el medio del escenario. La oscuridad del escenario nos dejaba ver la única actriz del trío de actores paseándose por el centro, porque la obra es fundamentalmente la historia de Los Robinson, de cómo viven, de cómo llegaron a ser Los Robinson y de cómo pertenecer a Los Robinson determina a Los Robinson. Ellos se nombran a si mismos y a partir de ese momento este nombre desprende una serie de implicaturas que vuelve a significarlos. Comienza la obra y la actriz iluminada empieza a rezongar con el tan importante sobre azul en la mano, para dar espacio a la entrada de sus dos compañeros en escena que inician la obra con una serie de discusiones sobre si los exámenes –también en sobres- que traían debían leerlos de inmediato o si antes debían discutir qué harían en el caso “de que”. En la obra se justifica y se articula al mismo tiempo gracias a esta primera escena, pero los actores parten discutiendo tan desde la garganta, que distraen lo que está sucediendo con el no les creo que inevitablemente se nos viene a la cabeza, pero a través de toda la obra uno les va creyendo cada vez más, y cada momento de tensión les va dando espacio para hacerlo más pausadamente dejando muy en claro que los gritos no son su único recurso, porque la tensión que logran más adelante es capaz de responsabilizarse de la historia e intervenir con ironías que funcionan muy bien, porque seguramente están muy bien ensayas y muy bien adaptadas desde el texto primero. Asistimos al crecimiento de los actores en escena desde el principio al final de la obra, en parte desde nosotros porque se nos acostumbra el oído, pero también de ellos porque van calentando y entrando en la puesta en escena, y a pesar de que al final es donde nos quedamos absolutamente convencidos, se ve que hay suficiente potencial como para ofrecernos una obra completamente asimilada desde el comienzo. Aun así muchas veces había un desplazamiento excesivo de los personajes, demasiado de hablar mientras me muevo, a ratos convertía el traslado de los personajes en un desorden.
El escenario tenía dibujado en el piso las paredes de departamento; donde estaban las líneas blancas entendemos que había un muro, y que funcionaba muy bien porque en el centro, en el sillón estaba toda la luz, y cada vez que entraban y salían respetaban la pseudo puerta y el psudo pasillo que seguro llevaba a las habitaciones, pero el pseudo muro de detrás del sillón fue atravesado en más de una ocasión con estos actores que parecían tener la capacidad de desmaterializarse para desafiar las leyes de la física-ficción que ellos mismos nos impusieron al dibujar el departamento, y si había alguna salida, alguna señal que les permitiera salir libremente, esta se tapaba tras el sillón del centro y en ese caso debería corregirse.
Los juegos de adivinar la película entre ellos nos hacían un llamado a recordar que todo era ficción y tratar de adivinar a qué se parece esto, esto que estamos viendo que tratan de adivinar, pero también esto que nos muestran; al final el realismo se queda en el escenario pero tiene la gentileza de devolvernos (a) la realidad. Nos sacan a momentos de nuestras butacas, pero cuando cae el telón –simbólico por supuesto- ya hemos vuelto, porque la obra se completa. Ser Los Robinson nos entrega la última de las implicaturas y ahí ya nada más podría suceder, la obra funciona perfectamente de acuerdo a lo que ha planteado.
Es una pena no haberla visto antes para recomendarla, así que confiemos en que habrá una segunda temporada de esta gran obra.