18 jul 2011

No quería contarte que estuve jugando en el patio de atrás


Ayer me llevaron a jugar al patio de atrás, así, tal cual, mientras me fumaba un cigarro comenzó la obra, o un poco más tarde, o quizás había comenzado desde que llegué al lugar. No sé cómo hablar de El patio de atrás desde el teatro, sin que irrumpa en mi comentario la experiencia de la que fui parte. Me resulta absolutamente complejo delimitar la actuación y al público, el último creo que no entró al patio de atrás. El resto, nos quedamos encerrados en un espacio que invitaba a la inseguridad. Es por esto mismo que me resulta difícil cuidar la manera en que hable de esta propuesta teatral, no sin recurrir a expresiones como “me cagué de nervios mientras comenzaba el juego”, o “me emocionó más que la mierda imaginarme, imaginarla, pensar en un cuerpo sin vida durante días hasta que alguien advierta el olor, el dolor, la soledad que nos mueve a jugar a menudo”.
El patio de atrás desdibuja los límites entre el espectador y el espectáculo, ambos están unidos, o ninguno existe. En situaciones como esta, es cuando pienso que espectáculo es una expresión que hace pensar en las espectacularidades, las que no existen en la vida, o si existen, son la prueba de que nos hemos estado encegueciendo con las fantasías. Paradójicamente a en esta propuesta, la fantasía del teatro es la no fantasía de la vida real. Se trata de una obra disimuladamente ambiciosa, exacta y flexible, pero por sobre todo, se trata de un juego.
El teatro en esta obra comienza y termina cuando no es esperado, queda preguntarse qué tanto fue real. Cuando se enciende la luz, los espectadores adoctrinados comenzamos a esperar al elenco hacer una reverencia (o varias), reverencia que no llegó jamás, en un acuerdo implícito decidimos de todas formar aplaudir, aplaudir-nos, el aplauso entre quienes quedaban después del juego.
El patio de atrás es un experimento, tal como un rumor que se pasa de boca a boca, es un secreto más que una invitación al teatro. Yo estuve ahí anoche, comento compartiendo una café a media mañana, pero a nadie le importa. Esa es la diferencia entre el teatro y el juego. El teatro remite a situaciones muchas veces (aunque no todas) socializadas, respetando al menos la línea entre la ficción y la fantasía, donde existen elementos y códigos esperables. El juego no. El patio de atrás en ese sentido, funciona mucho más como un juego, un microsistema de realidades, que perfectamente podemos llamar fantasía o actuación. Lo interesante, es que desde fuera no se ve nada, pero desde dentro no queda claro si uno es la fantasía en medio de la realidad, o este montaje es la posibilidad de encontrar durante una hora la realidad en medio de tanta fantasía. Digo una hora porque es un límite que me resulta prudente, lo que pasa es que cuando uno está jugando, el tiempo pasa de manera muy veloz. Eso se acaba cuando uno abandona el patio de atrás, el tiempo vuelve a ser el tiempo, los actores actores, así como también cada uno vuelve a ser la persona que era antes de comenzar a jugar, y por lo mismo, en el café de media mañana nadie se identifica con la experiencia, ellos no estuvieron, no anoche al menos, parece ser que una vez fuera ya nadie sabe con exactitud dónde aquel sitio, las indicaciones se pierden. Algunos habrán jugado y es una buena idea no comentarlo, no será que la próxima vez nos descubran jugando en el patio de atrás.


El patio de atrás

Dirección: Manuel Ortiz
Dramaturgia: Creación colectiva
Elenco: Marcelo Flores, Christopher Estay, Natalia Lagos, Alexandra Parra, Fabián Sáez, Carol Jaque.
Fecha: 18 de julio al 27 de Julio