27 dic 2012

Yoli de Chancacazo

Me encontré con un texto llamado Yoli en internet; digo texto debiendo decir experimento, tal como lo clasifican en Chancacazo Publicaciones. Este texto, insistiré en la clasificación, está compuesto por una serie de fotografías de un celular estático, donde lo único que va cambiando son los mensajes de texto que se muestran, los que finalmente permiten construir una narración.
La historia es muy sencilla, alguien escribe mensajes a una tal Yoli, proponiéndole encuentros fugaces y furtivos, que se van transformando en declaraciones de amor, de ira, celos, más propuestas y canciones, suficiente para establecer una situación, personajes, un universo narrado y un espacio temporal en el que ocurre.
“Yoli guachita t amo y te extraño mxo” es uno de los enunciados que se puede encontrar, como también “no me interesan tus falsos deseos d felicidad si m cagaste la vida”. La Yoli parece no responder o no se nos muestra ninguna respuesta en la selección de imágenes, pero es posible inferir que otros personajes informan al autor de lo que hace la protagonista. Esto, inevitablemente, me recordó la narración epistolar que se lee en Querido Diego, te abraza Quiela, de Elena Poniatowska, donde se simulan las cartas escritas por Angelina Beloff a Diego Rivera cuando  este la dejó y se fue a México. Diego Rivera, así como la Yoli, no responden las cartas ni los mensajes respectivamente, lo que funciona como recurso para aumentar la tensión en el deseo de sus interlocutores, emisores que sin respuesta inician el camino de la angustia llevándolos a evolucionar o involucionar.
Es interesante también la manera en la que se nos presenta el texto. En la página donde se puede revisar online dice: “Yoli fue encontrado por Alejandro Palacios en la memoria de un celular provisorio que le entregaron en la sucursal Downtown de la compañía telefónica Claro. Juan Edwards tomó las fotografías del aparato”, origen desconocido como ocurre con otros ejemplos de diarios de vida encontrados o cartas recobradas. El lector entonces acompaña el hallazgo y puede reconstruir una historia con el material del que dispone, en este caso los mensajes de texto. Esto podría ser la simulación de un hallazgo sin quitarle ningún mérito a la propuesta de Chancacazo, una de estas cosas interesantes, breves y gratuitas que se puede encontrar en internet.
La publicación original  es Yoli guachita t amo en letrasenlinea.cl

9 nov 2012

Soldados perdidos de Alejandro Cabrera Olea


Soldados perdidos es la primera novela de Alejandro Cabrera Olea, que a pesar de ser un libro muy extenso, contribuye a darle voz a una historia menor, lo que es un gran atributo en consideración de la seguidilla de libros que han apareciendo para contar su versión de la década de los 80´. El contexto histórico que se evoca es claro: la dictadura y el fallido atentado para matar a Pinochet. Este suceso que podría dar origen a una memoria definida por estos acontecimientos, en realidad toma un desvío en otras direcciones.

Rodrigo Rojas se nos presenta al inicio como un escolar que gana un concurso de cuentos y que se va el fin de semana a Quinteros con su profesora, quien por un accidente entra en coma antes de que se vuelvan a ver el lunes en el colegio en la premiación. En la inútil espera de que Angélica, la profesora, despierte, Rodrigo sigue escribiendo en su diario con fechas al revés con la abreviación a.C. (antes de Cristo), una posibilidad escritural al avance del tiempo que siempre va hacia adelante, pero que puede ser escrito de otra manera. Durante la misma espera muere Rodrigo Rojas, un periodista víctima de la dictadura que, debido a que tiene su mismo nombre, crea la sensación de que hubiera muerto él. Esta es una referencia al hecho ocurrido en una protesta en 1986, donde Rodrigo Andrés Rojas De Negri, periodista, murió a causa de las quemaduras provocadas por un vehículo militar. Hay algo literariamente maravilloso ocurriendo en ese momento en la novela. Cuando el periodista muere, el niño que lleva su mismo nombre siente como si muriera él y a su vez permite que su presencia en el hospital cree la sensación de que el fotógrafo no hubiera muerto o quedara en parte vivo en el niño, lo que produce un cambio que si bien solo es simbólico, es un gesto que la literatura permite.
Rodrigo Rojas, en el siguiente capítulo, es más grande y viaja acompañado de otros jóvenes en una combi a la playa; allá planean matar a Pinochet. El suceso que sí se lleva a cabo es que decide cambiarse el nombre a Juan Perro “para la guerra”, como él dice. Juan Perro aparece en los capítulos siguientes, más adulto hablando de la distancia que tiene con su hijo, cuando viajó a Buenos Aires o como autor de un cuento que aparece enmarcado y firmado en la narración –un plagio como declara el personaje–; también aparece en Nueva York como John Dog y dejándole a su amigo Robinson Guajardo lo que él llama “su primer cuento norteamericano”. Esto último, la marca literaria, es una de las líneas que se puede seguir en Soldados perdidos, ideas sobre cómo podrían llamarse los cuentos, posibles ideas sobre qué escribir, apuntes acumulados, en fin, muchos indicios de prácticas literarias que funcionan como entre medios de la historia que podría entenderse como la central, pero al igual que el título de la novela, quizás está perdida entre el resto del texto.
La crítica completa es "Hay historias que también pueden ser imaginadas desde Chile" en Revista Intemperie.cl

Soldados perdidos
Alejandro Cabrera Olea
Santiago, Das Kapital, 2011.

1 feb 2012

La soga de los muertos de Antonio Díaz Oliva


Si este libro hubiese sido publicado después de que Nicanor Parra recibiera el Premio Cervantes me habría parecido oportunista, aunque incluso ese comentario habría sido fácil, reduccionista e injusto. Además de no haber ocurrido de esa forma, lo que realmente interesa en La soga de los muertos es una serie de señales que lentamente van siendo descifradas por un lector novato, protagonista de la historia.
Esta novela parte de la premisa de que incluso los personajes vivos están muertos, aun cuando en la fábula contada se haga esa diferencia. Estarán por lo tanto los muertos-muertos y los muertos-vivos, que pudieron morir de manera real, que pueden estar ausentes o distantes, un padre del que poco sabe el protagonista es un ejemplo de estos muertos-vivos, que vuelven constantemente para ser recordados. En la literatura a veces lo que muere es la memoria o las ganas de hacer algo, aunque en ella nada está realmente muerto, sino más bien vivo y conectado de múltiples y fértiles maneras, tal como se construyen los intertextos en esta novela. 
La soga de los muertos además de ser la primera novela de Antonio Díaz Oliva, es al interior del relato, el nombre de la edición artesanal del libro Las cartas del yage, que reúne la correspondencia que Allen Ginsberg le envió a su amigo William Burroughs y que según lo contado, un gringo loco habría vendido en la feria artesanal del Santa Lucía a fines de los años setenta. La soga de los muertos también es la traducción exacta del quechua para ayahuasca, bebida de origen vegetal que se asocia tanto a rituales nativos como a experiencias psicodélicas, lo que el mismo Ginsberg habría experimentado en su visita a Chile, según la prensa de la época. Lo que hay en esta referencia doble al sentido del título de la novela, es lo que yo llamaría la diminuta señal del universo, algo así como pequeñas pistas que invitan a enlazar la fábula contada con la propuesta de Díaz Oliva, aquella en que La soga de los muertos es el nombre de dos libros y de una bebida potencialmente alucinógena. De esa manera es posible construir el sentido y resolver las inquietudes que nos atormentan, en ritos que perfectamente pueden ser literarios (...).


La soga de los muertos
Antonio Díaz Oliva
Santiago, Alfaguara, 2011

18 ene 2012

Las confabulaciones de Mauricio Olivera


Las confabulaciones no se ofrece al lector amablemente, y en cambio guarda distancia y se encierra en sí mismo. Curiosamente este rechazo aparente a ser leído cobra sentido en la idea misma de una confabulación que le da título.
Dos elementos parecen perceptibles en la forma en que está escrito el libro de Olivera. El primero es una aproximación a la corriente de conciencia como forma de narrar que
,
 si bien no significa escrituralmente un riesgo, permite actualizar el recurso. Cada confabulación (división que se usa a modo de cuento o capítulo) se inicia de manera legible y secuencial, un inicio posible de comprender y que adelanta –falsamente– una historia continua: “Por Av. Coronel Alejandro Sepúlveda me adentré sin saber a dónde iba y me encontré en una parroquia desolada”.
Lo que realmente sucede es la fragmentación del relato inicial y la lluvia de ideas que difícilmente estarían unidos sin el libro: “Vamos a echar la última meá y seguimos cantando con ustedes vuestras salmodias blasfemas, invocando a la Malvada, a la Asesina, a la niña buena que me hechizó, me sometió y me martirizó”. En ejemplos como el anterior a menudo se ve un tránsito violento entre la formalidad y el coloquialismo en el lenguaje, así como también en las ideas. La confabulación ignora la necesidad de un contexto, relacionando las referencias religiosas con la presencia de extraterrestres, animales con características vengativas como la “malvada avispa con ojos de serpiente enloquecida”. El uso del lenguaje incluso evidencia la posibilidad de instalar una segunda lectura forzada donde no necesariamente la hay: “Está muy cerca el (des) esperado final”, “sus (mis) mujeres”, “el cálculo me falló (¿follé?)”, “No quiero más sobras (¿sombras”). Lo que queda entre paréntesis es lo que transforma lo fabulado en lo (con) fabulado, permitiendo establecer vínculos diversos y promiscuos de sentido (...).


Las confabulaciones
Mauricio Olivera
Santiago, Chancacazo, 2011