1 feb 2012

La soga de los muertos de Antonio Díaz Oliva


Si este libro hubiese sido publicado después de que Nicanor Parra recibiera el Premio Cervantes me habría parecido oportunista, aunque incluso ese comentario habría sido fácil, reduccionista e injusto. Además de no haber ocurrido de esa forma, lo que realmente interesa en La soga de los muertos es una serie de señales que lentamente van siendo descifradas por un lector novato, protagonista de la historia.
Esta novela parte de la premisa de que incluso los personajes vivos están muertos, aun cuando en la fábula contada se haga esa diferencia. Estarán por lo tanto los muertos-muertos y los muertos-vivos, que pudieron morir de manera real, que pueden estar ausentes o distantes, un padre del que poco sabe el protagonista es un ejemplo de estos muertos-vivos, que vuelven constantemente para ser recordados. En la literatura a veces lo que muere es la memoria o las ganas de hacer algo, aunque en ella nada está realmente muerto, sino más bien vivo y conectado de múltiples y fértiles maneras, tal como se construyen los intertextos en esta novela. 
La soga de los muertos además de ser la primera novela de Antonio Díaz Oliva, es al interior del relato, el nombre de la edición artesanal del libro Las cartas del yage, que reúne la correspondencia que Allen Ginsberg le envió a su amigo William Burroughs y que según lo contado, un gringo loco habría vendido en la feria artesanal del Santa Lucía a fines de los años setenta. La soga de los muertos también es la traducción exacta del quechua para ayahuasca, bebida de origen vegetal que se asocia tanto a rituales nativos como a experiencias psicodélicas, lo que el mismo Ginsberg habría experimentado en su visita a Chile, según la prensa de la época. Lo que hay en esta referencia doble al sentido del título de la novela, es lo que yo llamaría la diminuta señal del universo, algo así como pequeñas pistas que invitan a enlazar la fábula contada con la propuesta de Díaz Oliva, aquella en que La soga de los muertos es el nombre de dos libros y de una bebida potencialmente alucinógena. De esa manera es posible construir el sentido y resolver las inquietudes que nos atormentan, en ritos que perfectamente pueden ser literarios (...).


La soga de los muertos
Antonio Díaz Oliva
Santiago, Alfaguara, 2011