
En octubre era común que todo el colegio se revolucionara con la celebración del aniversario, el kermesse, las alianzas y la coronación de la reina y el rey feo del año. Los profesores nos seleccionaban –previo juicio a nuestras habilidades- para jugar a las damas chinas, lanzar el tejo o correr la posta. Yo solía excluirme diciendo que tenía tortícolis, que me había dado un aire en la mañana mientras me bañaba, que estaba en tratamiento para la tendinitis, o el último caso que tenía un cuadro severo de colon irritable. Sólo participaba en el festival de poesía y en el concurso de dibujo. Eso no me daba tanta vergüenza, no había forma de tropezarme o darle un tejazo a algún profesor. En el concurso de poesía presenté y leí en el escenario un poema que hice pensando en Marta, una cocinera que daba a luz en su trabajo, estando de cuclillas, sin recibir ayuda alguna. El jurado me dijo que había sido muy narrativo, demasiado narrativo; excepto Carmen, la profesora de religión que me dijo que se había quedado sin palabras ¿eso será bueno o malo?.
Para el concurso de dibujo, el colegio traía actores como Álvaro Escobar, Álvaro Rudolphi o Bastián Bodenhöfer. A cada participante le tocaba un actor para dibujar y, tenía cuatro horas antes presentar su trabajo terminado justo antes de la coronación, en el último día de competencias. Mi alianza no se perfilaba como ganadora, pero aun existían ciertas posibilidades de revertir el resultado. Bastián Bodenhöfer, que era el modelo que me habían designado, me estaba esperando en la sala del cuarto medio B sentado sobre un taburete de madera. Yo entré y le dije “esta es la sala de los niños grandes” y, él sólo dijo un “ja” por cordialidad. Sentí tanta vergüenza, que habría dado a cambio mi súper nintendo, con tal devolver el tiempo, entrar de nuevo a la sala y no decir ese chiste. Bastián me preguntó cómo quería dibujarlo, en qué posición. Yo le respondí que se pusiera en posición como si estuviera teniendo una gran idea y, él lanzó una carcajada que me hizo sentir tranquilo por al menos los dos minutos y medio que prosiguieron. Había conseguido romper el silencio, pero aún no comenzaba a dibujar. Me preguntó si alguna vez había dibujado un desnudo y, yo rápidamente respondí que no, si, osea una vez, pero copiándolo de la tele, de una película que tenía en un caset de video. Me preguntó si me atrevería a intentarlo y yo no dije nada. Estaba como pensando en cómo era posible que eso estuviera sucediendo. También pensé que todo podía ser una mala broma. ¿Quieres ganar?, me dijo; yo le pregunté ¿ganar qué?. Tu competencia. ¿Quieres que tu alianza gane?. Fue ahí cuando recordé dónde estaba y que estaba haciendo; habíamos perdido más de una hora conversando. Sí, le dije muy serio. Comenzó a desabotonarse la camisa muy lento y mirándome. Yo tenía la mirada clavada en sus ojos, me daba pánico bajarla. Sentía que se escuchaba muy fuerte cuado yo tragaba saliva con dificultad, como si tuviera amigdalitis. Luego bajé la cabeza y me puse a ordenar las hojas del block y el lápiz de carbón que me habían entregado, como si nada interesante estuviese ocurriendo frente mío. Listo, me dijo. Para cuando lo miré estaba completamente desnudo sobre el taburete de madera, tapándose el entrepiernas con sus manos. ¿Crees que es una buena posición?, me preguntó. Yo respondí ¡no!, no creo que te favorezca. De inmediato me sentí ruborizado y quise escapar de ahí. Le dije, podrías girarte y taparte con tu pierna derecha para que no se te vea nada, así dejas caer tus brazos por detrás del respaldo del taburete y puedo dibujar la curvatura de tu espalda que está muy bien delineada. Él me sonrió y me hizo caso. Sólo pude mirar a otro lado, no sabía si por vergüenza, o por lo audaz que había sido, o por temor a que me viera mirándolo demasiado. Sentí que no había aprovechado la oportunidad de verlo completamente desnudo, así que levanté la cabeza antes de que él me avisara y, sólo pude ver el momento en que su pierna se posaba sobra el muslo de la otra. Él no dijo nada. Yo pensé que quizás estaba incómodo, o quizás molesto, o quizás se había dado cuenta de que tenía muy nervioso; así es que enojado y en silencio me puse a dibujar, pero con la rabia quebraba una y otra vez la punta del lápiz. Me preguntó si me sentía mal, evidentemente mi dibujo era un desastre, entonces lo miré y torpemente arrastré mi mano sobre el papel, terminando de arruinar el retrato. Tranquilo, me dijo, aún podemos inventar algo, pero sólo nos quedaba una hora y media antes de la coronación y la entrega del trabajo. ¿Y si me calcas es esa cortina?, podrías deslizar por mi espalda el carbón, con tal de formar una figura con sombra. Le respondí que podría funcionar. Estaba muy contento, pero sólo por el hecho de que estuviésemos más cerca. Se puso de pie detrás de la cortina, dándome la espalda y yo, estirando la tela empecé a deslizar el carbón por la tela, casi tocándolo. La tela blanca contra la luz me dejaba ver su cuerpo iluminado y desnudo, dispuesto a ser retratado por mis manos. La punta de mis dedos entraban por pequeños instantes en contacto con su piel, pero no podían detenerse ahí. Entonces se me ocurrió manchar mis manos con el carbón y comencé a deslizarlas por sus hombros. Él no dijo nada y yo sólo podía pensar la curvatura de su espalda; tenía miedo a que reaccionara, pero él seguía ahí, respirando lento. Me atreví a posar mis manos firmes a través de la cortina, tratando de abrazarlo. Lo apreté fuerte y pude por fin sentir como su cuerpo se ponía tenso, porque no esperaba lo que hice.
Para cuando fue la premiación del concurso y la coronación de los reyes, mi modelo ya no estaba en el colegio. Carmen, jurado del concurso me dijo que era impresionante como había construido la imagen de un ángel poniéndole alas a una figura humana desnuda, dijo que era muy desgarrador, muy motivante, pero que sin embargo no podían darme el premio, porque el dibujo debía ser en papel, que era algo escrito en las bases del concurso.